Hoy, en un día cualquiera de septiembre de 2024, volvemos al servicio de urgencias del hospital Molina Orosa.
Ahora, en la tranquilidad que da la noche mientras espero aquí sentado, vuelvo a escribir para expresar mi opinión sobre este servicio, centrándome en la calidad humana del personal.
Un servicio de urgencias y un hospital por el que todos los que vivimos en Lanzarote debemos sentirnos orgullosos. No por sus instalaciones en sí, sino por el valor de cada una de las personas que trabajan en él.
Muchos somos usuarios, otros acompañantes, y cada día que, por los caprichos del destino, tenemos que hacer uso del servicio de urgencias, salimos enfadados por la espera.
Para nosotros, nuestra urgencia es la más grave, aunque se trate de una tos que creemos alarmante y, por lo tanto, acudimos en busca de nuestro héroe particular.
Salimos enfadados, decepcionados; al menos, eso decimos en voz alta en nuestras charlas, pero, en el fondo, salimos agradecidos.
Unas veces porque nos han dado la tranquilidad de saber que nuestra tos era una simple tos; otras, porque les han salvado la vida a aquellos que amamos, o a nosotros mismos.
Claro está que también hay casos irreversibles, pero sus familiares salimos con la certeza de que han hecho todo lo posible.
No puedo escribir sin dejar caer algún comentario jocoso, porque cuando estás aquí sentado durante todo un día acompañando a un familiar, te das cuenta del colapso que hay; al fin y al cabo, este hospital se nos ha quedado pequeño.
No ahora, sino desde que se construyó.
Camas al estilo de un submarino, que deberían llamarse “camas calientes” porque, según sale un paciente, entra otro.
En hilera, o en fila india si lo prefieren, como si fuera una fila interminable de hormigas que el personal de urgencias mantiene organizada de una manera increíble.
Pero lo hago, más que por criticar, para poner en valor la calidad humana de todo el personal del servicio de urgencias en particular, y del hospital en general.
Un personal que trabaja incansablemente, mientras pospone su hora de comer porque llega otro enfermo, otra ambulancia… y así, las 24 horas del día, los 365 días del año, y todas sus noches.
No sé cuántos médicos, enfermeros, celadores, administrativos, personal de limpieza, técnicos, informáticos y resto del equipo hay en cada turno. Muchos, sin duda, y a la vez pocos, si tienen que postergar su comida, su descanso, etc., para poder atender a esa fila de pacientes que se forma en la entrada de urgencias, mientras las ambulancias llegan sin parar, una tras otra.
Hace apenas unos años, cuando luchaban contra la COVID, muchos salían a los balcones a aplaudir su valentía por enfrentarse a lo desconocido, y los llamaban “héroes sin capa”.
Pero, sin duda, el personal del Molina Orosa no solo fue héroe en aquellos días, lo es cada día del año: antes, ahora y, seguramente, en el futuro.
Por lo tanto, deberíamos aplaudir cada día, mirarlos con respeto y, sobre todo, sentirnos agradecidos y orgullosos de cada uno de ellos.
Y he aquí otro comentario jocoso antes de finalizar este artículo de opinión y carta abierta al personal sanitario de Lanzarote, porque aunque aquí he hablado del Molina Orosa, hay muchos más que no están aquí y que trabajan en centros de salud, ambulancias y muchos otros centros sanitarios o sociosanitarios de Lanzarote. Sin duda, contamos con un gran ejército, al que quizás estamos haciendo luchar sin proporcionarle las armas necesarias.
Yo, que soy asiduo a tertulias en medios de comunicación, veo que el debate en muchas ocasiones se centra en si debemos tener un helicóptero médico en Lanzarote o no, cuando el debate debería estar centrado en: ¿DÓNDE?
¿Dónde vamos a construir el nuevo hospital que dé respuesta a esta isla y a sus habitantes?
No necesitamos un helicóptero médico que nos traslade a otra isla; necesitamos un hospital acorde a nuestra población presente y futura.
En el olvido quedó aquel hospitalito que mandaron construir de aquella manera en plena pandemia y que solo ha servido para eliminar plazas de aparcamiento, porque años después continúa cerrado sin que sepamos cuáles son las causas, más allá de que las prisas nunca fueron buenas consejeras. Me da la impresión de que algo no se hizo bien, viendo el resultado obtenido con esta obra, así como las miles de mascarillas que nunca aparecieron, pero eso será para un debate próximo. Ahora no toca.
Lo que realmente quiero con este artículo es agradecer, personalmente, a todos y cada uno de ustedes, por su labor, por su empatía hacia mi persona y, por supuesto, hacia quien acompañaba en esos malos momentos.
GRACIAS por su valentía en la toma de decisiones complicadas. No voy a poner sus nombres; ellos y ellas saben quiénes son, al igual que otros tantos anónimos de los que no me ha dado tiempo a aprenderme el nombre, tantas han sido las buenas personas que he encontrado en mis múltiples visitas.
Sinceramente, muchas gracias, Amado Jesús Vizcaíno Eugenio