Como concejal de una pequeña ciudad (Arrecife), he aprendido a ver la política como una herramienta que puede y debe usarse para el bien común. Sin embargo, he de decir que estos últimos días he sentido una profunda vergüenza al observar la gestión de las inundaciones en Valencia y el comportamiento de la clase política en medio de la crisis. No es solo que las soluciones sean insuficientes; es que, en muchos casos, la política ha pasado de ser la solución a ser parte del problema.
Valencia, con su historia de lluvias intensas y una geografía propensa a inundaciones, no debería sorprenderse por fenómenos como la DANA. Pero lo que debería haberse convertido en un ejemplo de preparación y respuesta rápida ha revelado, una vez más, las carencias de un sistema político más centrado en la lucha de poder que en el servicio a la ciudadanía.
Como servidor público, siento vergüenza al ver cómo, en lugar de coordinar esfuerzos para proteger a la gente, los líderes políticos se enfrascan en debates estériles y en culpas cruzadas que no ayudan a nadie.
La realidad es cruda: cuando la política se convierte en un obstáculo, deja de servir a su propósito. La gestión de las inundaciones en Valencia ha demostrado que, a menudo, la maquinaria política es tan lenta y engorrosa que se interpone entre el problema y la solución. Las discusiones interminables, las promesas de presupuestos que nunca llegan y la falta de voluntad para actuar antes de que la tragedia golpee son síntomas de un sistema que necesita urgentemente una transformación. Mientras tanto, la ciudadanía paga el precio.
Desde mi posición en Arrecife (pequeña, como ya dije), donde los recursos son escasos y la ciudadanía depende del compromiso directo y constante de sus representantes, es difícil comprender cómo en un lugar con más medios y visibilidad como Valencia la respuesta ha sido tan decepcionante.
He visto a través de los medios de comunicación, a ciudadanos perderlo todo, no solo por la fuerza del agua, sino por la negligencia de aquellos que deberían haber puesto barreras, tanto físicas como políticas, para prevenir estos desastres.
Es doloroso observar cómo, tras la tormenta, los políticos vuelven al guion conocido: culpar a otros, prometer revisiones y anunciar proyectos que se disuelven con el tiempo. Mientras tanto, los ciudadanos saben que, cuando llegue la próxima lluvia, las mismas deficiencias los encontrarán igual de vulnerables o más.
Esta es la razón por la que la gente empieza a perder la fe no solo en los partidos, sino en la política misma como medio de cambio y protección.
Me resulta inevitable sentir que la política ha perdido su norte. Cuando se prioriza el cálculo electoral por encima de las necesidades de la gente; cuando los líderes están más preocupados por las encuestas que por el sufrimiento que ven en las calles; cuando los recursos se destinan a campañas en lugar de a reforzar infraestructuras críticas, la política deja de ser la solución y se convierte en el problema.
Como concejal, y como ciudadano, esta situación me deja un sabor amargo. No quiero ver más cómo la gestión de un temporal se convierte en un espectáculo de improvisación y retórica vacía. Quiero que los representantes públicos en Valencia y en otras ciudades recuerden, recordemos todos, que la política no es un fin en sí mismo, sino un medio para hacer la vida mejor a quienes confían en nosotros.
Y si seguimos actuando como si los problemas fueran inevitables y la inacción, excusable, entonces la política dejará de ser el motor de esperanza que debería ser.
Es hora de que los políticos nos miremos al espejo y reconozcamos que, en ocasiones, somos parte del problema. Solo entonces será posible cambiar, no solo para enfrentar las lluvias, sino para restaurar la confianza de una ciudadanía que, más que nunca, necesita creer que la política puede ser la solución.
Jacobo Lemes Duarte. Concejal de Coalición Canaria en el Ayuntamiento de Arrecife y secretario del Comité Local